Es posible que hayas oído hablar del movimiento slow. Una tendencia que cada vez tiene más adeptos y que consiste en vivir la vida más lentamente, en contraste con el ritmo de vida occidental que no nos deja apenas tiempo para nosotros mismos.
Este slow life se ha introducido en numerosas industrias: la gastronómica con el “slow food” contra la “fast food”, muy relacionada con la cocina de autor, la moda, la educación y el comercio en general. Sin embargo, el “slow design” es un concepto que se lleva apreciando desde hace mucho en los estudios de arquitectura e interiorismo.
Propone, por definición, “Una desaceleración del ritmo de vida propiciando una cultura del encuentro, el cuidado, la tranquilidad y el disfrute de pasar más tiempo con la familia y amistades.” ¿Cómo llevamos esto al terreno del diseño?
Una de las máximas del diseño es precisamente la de inspirar y mejorar los ambientes con empatía y sabiduría; esta es una de las herramientas que el diseñador utiliza para con su obra, personalizar y ver cómo ajustarla a la personalidad del cliente. Eso ya convierte al diseño de interiores / arquitectura en movimientos slow. Sin embargo, el “Slow design” engloba mucho más.
Diseño por y para el ser humano
Una de las características principales que tiene el común el diseño de alto standing con este movimiento es que se busca diseñar primero para la gente y más adelante llevar a cabo su comercialización con el objetivo de satisfacer las necesidades del cliente. Es decir, se trata de un diseño que va más allá del mercado para centrarse en la persona.
Además, se suele utilizar la figura de un diseñador local o relativamente cercano a nuestra área en lugar de acudir a multinacionales o empresas de consumo rápido. Aquí no tiene cabida nada que recuerde a Bauhaus o Leroy Merlin, todo se realiza exclusivamente de cara al cliente en un entorno cercano y que le tiene no sólo como objetivo sino como base del proyecto en sí mismo.
No hace falta mencionar que la calidad y durabilidad están por encima del mercado en general, por ello que suelen ser productos exclusivos o de lujo. Y no estamos hablando de durabilidad en lo físico, sino también en lo cultural (huyendo de modas pasajeras para hacer productos basados en movimientos artísticos y culturales, no modas), emocionalmente (se busca una síntesis entre lo que el cliente sentirá en esos espacios y la funcionalidad) así como poniendo énfasis en lo sostenible (emplear menor cantidad de materiales, que sean reciclados etc).
Un diseño lento o una vida lenta significa saber ir a la velocidad justa cuidando el detalle. El diseño slow mira por la gente y por su entorno. Slow significa volver a las raíces para construir un futuro más estimulante.
Cómo es vivir en un ambiente “slow”
Lo que significa vivir en un hogar en el que se ha tenido en cuenta el “slow life” tiene algo que ver con otros movimientos como el Feng Shui como vimos hace unas semanas en este artículo.
Si bien el Feng Shui busca una adecuada organización del espacio, aportando energías positivas y armónicas de manera que los que la habitan sientan vitalidad y la casa les envuelva con energía positiva, el movimiento slow propone integrar y fomentar la interacción, el diálogo, el trabajo en equipo y crear momentos dignos de recordar como los primeros pasos de un hijo, en un ambiente favorable y positivo.
Para ello pone especial énfasis en las áreas comunes y los lugares de descanso (salones y dormitorios) en cuya máxima se encuentra la de ser utilizados para leer, reflexionar, charlar con los amigos o la familia, y en definitiva, “tiempo de calidad”.
La idea que subyace es, por tanto, la de una parada para sentir, saborear la vida, deleitarse con la familia y las emociones. Es un movimiento experiencial en el que soñar y pensar son dos factores primordiales.